domingo, 18 de marzo de 2012

Shock and awe


Silbaban las balizas en la calle, con su sonido chirriante y sus luces multicolores difuminando el cielo en una discordante combinación de rojo y azul. Lo recuerdo como si fuese ayer, su cara desquiciada y el cañón de su .45 mirando directamente a su médula oblonga. Su mirada ya muerta, perdida en el más recóndito rincón de su mente… me era imposible quitar mi mirada de sus ojos ya perdidos, sin fe ni esperanza, sumergidos en profunda convicción, susurraba el derecho un “adiós para siempre” y el izquierdo un “váyanse a la mierda”, ambos ojos perdidos y desorbitados, que aun así, daban mas información  que los balbuceos erráticos que salían de su boca obstruida por el cañón del arma. “Fui a ver a dios, le dejé una nota y desde entonces no he sabido nada de él” exclamó antes de sacarse la sotana y encañonarse sobre aquella vieja estatua en medio de la plaza. Evidentemente no quería que nadie se acerque, era difícil, la multitud iracunda corría erráticamente en direcciones contrarias, al parecer él no era el único siervo renunciando a su dogma… yo no corría, el morbo me superaba y me mantenía ahí, inmóvil como una estatua mirando el espectáculo perfecto, sin policías cerca para detenerlo. Dios a veces nos juega malas pasadas, y después de siglos, hoy se animaba a mostrarnos su opera prima y yo estaba ahí en primera fila sin la más mínima intención de poner pausa.


Era cuestión de tiempo, estaba seguro, algo en mi cabeza lo susurraba tiernamente al oído. Fue entonces cuando un fulgor anaranjado iluminó la noche; las balizas y todas las luces en la ciudad sucumbieron ante ella y su posterior sacudida, como si de un terremoto se tratara, el pánico se apoderaba de la calle. Los gritos ensordecedores de la gente saturaban el ambiente mientras uno que otro inocente gritaba de dolor al morir aplastado por la estampida ¿Y yo? Simplemente miraba mientras aquel fulgor convirtió la noche en día y las estrellas en algo más etéreo que un recuerdo. Aquel siervo loco aun amenazaba con volarse la cabeza aunque nadie más que yo le estuviese prestando atención, en lo más profundo de mi alma estaba un poco asustado, pero de todas maneras sólo observaba y rezaba para que halara del gatillo lo más pronto posible. Antes de que se me descargara el celular.

No tuve que esperar mucho, de repente todos los sonidos de la ciudad fueron silenciados, como al empezar el sermón en la iglesia un domingo por la mañana. La última misa había comenzado en medio de una oleada de sonidos de disparo provenientes de todas direcciones… los feligreses se detuvieron… los feligreses miraban y escuchaban atónitos mientras un olor a azufre y plomo invadía las calles. El cura se retiro el revólver de la boca durante un último instante “¡No lo esperen con los brazos abiertos! Él no los espera a ustedes, menos aun a mi” gritó desesperadamente y entre lagrimas volvió a poner el cañón en su boca y como si alguien lo persiguiera, cerró los ojos y apretó el gatillo… una nota más en medio de aquella extraña sinfonía nocturna mientras yo me encontraba atónito viendo aquel destello iluminando su dentadura, un par de dientes que volaron por el aire, el vapor que le siguió al instante y la sangre que brotaba desde su boca,  mientras su cuerpo colapsaba abrazado por el plomo caliente y la oscura guadaña de la muerte que se asía sobre su ahora pálida y melancólica figura, cayó de la estatua sin decir una palabra, y se tendió boca abajo sobre el suelo, dejando a la vista aquel sanguinolento agujero en su nuca.

Nadie entendía nada, el cielo se quemaba y nadie se percataba de ello. Dejé caer el celular aun grabando y me acerqué lentamente al lugar donde él yacía inerte, retiré el arma de su mano, sentí el calor de su vida aun impregnado al mango del arma, No entendía nada, pero no importaba, ya no quedaba nada que entender. Algo me susurraba al oído que el tiempo ya se había acabado y que jamás volvería con nosotros a ser desperdiciado.

Puse el arma en mi boca, el cañón aun estaba hirviendo y el desagradable sabor del plomo se hacía sentir en mi paladar, mire aquel cielo naranjo, tan poco común en una noche como esta, y me devolvió una mirada desdeñosa y despreciable que partió mi alma en dos, mi dedo acariciaba el gatillo con una seguridad inquietante y mis oídos, más atentos que nunca, oían aquella ráfaga de disparos omnipresentes. Mi nariz se retorcía ante aquella mezcla de olores, sangre, plomo y azufre danzando los tres en el aire, burlándose de la humanidad. Las campanas dejaron de doblar… un trueno se hizo oír en mi boca y la ciudad se apagó de golpe, como si de un juguete sin pilas se tratase.

No me abraces padre, porque he fallado y antes de desvanecerme te aseguro que no has de abrazar a nadie. 

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