miércoles, 3 de diciembre de 2014

Y2K38

Cibercafé
Escuchaba sus palabras atentamente,  su voz, sin dejar de ser jovial, irradiaba una sabiduría encantadora, misteriosa e inquietante. Hablamos de nuestras vidas, resumimos los años que llevábamos conversando en aquella cafetería, habló de sus hijos y sucumbí a su fervor haciendo caso omiso al pitido que iba intensificandose dentro mío, me quedaba poco y ella lo sabía, tomó mi mano y súbitamente me besó, en menos de un segundo la cafetería desapareció -Se terminó tu hora, perdedor - Dijo el dueño del antro quien acababa de desconectar violentamente el plug en mi nuca, ya no tenía dinero, sólo el monótono sabor del mundo real.

Las cámaras VRM
Mis sentidos intentaban acostumbrarse a aquel brusco cambio de realidad, el dueño me devolvió la tarjeta sin mirarme, quería que me vaya, que volviera cuando tuviera más dinero, di un último vistazo a las VRM, estaban todas ocupadas, salvo una. El panorama dentro de aquel local era deprimente, veinte o treinta sujetos dentro de aquellos ataúdes metálicos levemente inclinados, con tapas de polímero completamente negro salvo por una pequeña sección transparente situada a la altura del rostro, me parecía increíble que un lugar tan deprimente pudiese causar tanta felicidad. La neurociencia y la computación cuántica eran realmente capaces de crear felicidad. 


En un pueblo de mierda
Sin despedirme me dirigí a la calle a contemplar aquel futuro que otrora esperé con ansias. Las calles olían a veces a humo, otras a mierda y en medio de aquella pútrida niebla de media tarde se refugiaban fracasados, prostitutas, drogadictos y ladrones socorridos por policías jugando con brutalidad y unos lindos tasers eléctricos. Aún pensaba en ella, su rostro pálido era mi opio y sus gafas rojas semi-al-aire eran una ventana que anhelaba ver pronto. Era increíble lo que una serie de impulsos eléctricos podían hacerte pensar, hacerte sentir, nunca la había visto en este plano, no la vería pronto pues la distancia era abismal y a pesar de todo ello, yo la amaba, eso era lo único realmente seguro en medio de este pueblucho de mierda.


Desde un pueblo de mierda
Contemplaba la realidad a mi alrededor, aquel paisaje orwelliano, deprimente por el que cambié mi ciudad natal, un pueblo de mierda, igual que este pero más pequeño, al fin y al cabo todos los puebluchos eran iguales, mini urbes deprimidas, con paredes atestadas de panfletos “Vuélvete a Cristo”, “Abraza la Luz”,  entre otros vendedores de humo a los que nadie prestaba atención, las sombras cabizbajas recorrían las calles alejándose de la realidad refugiados en las pantallas de sus teléfonos móviles, yo simplemente imitaba mientras me dirigía a la próxima parada de micro, aún me quedaban un par de fichas, suficiente para llegar a mi apartamento y volver mañana al trabajo.

En la parada
El procedimiento fue expedito como siempre, deposité una ficha en el paradero y puse mi ojo frente al lente ubicado en el poste, una luz recorrió brevemente mi retina –Bienvenido a Ameritrans, Eduardo ¿Dónde desea ir?- dijo la maquina con una agradable y robótica voz de dama –A casa- respondí. La pantalla desplegó el número diez en grande seguido del tiempo estimado en el que llegaría la micro que cubría ese recorrido, cuatro minutos con treinta y tres segundos, mostraba la ubicación actual del bus y en la esquina inferior derecha podía leerse “Powered by Google® Maps ™” -Por favor tome asiento, su vehículo llegará dentro de poco- En estos tiempos esa es una de las pocas verdades que los humanos estamos acostumbrados a oír. Inmediatamente mi teléfono vibró, eso indicaba que la transacción había sido exitosa y ahora podía revisar el estado del bus desde la aplicación de Ameritrans.


Acerca de ella
Observé como el timer llegaba a cero mientras el bus se detuvo frente a mí, en el parabrisas podía verse mi foto junto con mis cuatro iniciales, me acerqué al bus, mire a la cámara ¡BIP! La puerta se abrió y yo entré. El asiento diez estaba ubicado en la ventana, no había nadie al lado, conecté mis audífonos para escuchar un poco de música, “Man on the edge” comenzó a sonar, perfecto para encerrarme en mis pensamientos. Ya no la vería por harto tiempo, hasta que me pagaran al menos, aun podíamos comunicarnos por teléfono pero no era lo mismo, ella vivía al otro extremo del mundo por lo que aquellas sesiones en el VR eran lo único que la acercaban a mí, recordaba aquel preciado último segundo, -What we deserve we just don’t get you see ♪♫- canté al unisonó con Blaze Bayley  recordando el sabor que dejó ella en mi boca, me costaba creer que eso nunca realmente había pasado, pero al fin y al cabo nunca estuve seguro si este mundo era tan real como todos decían. -A briefcase, a lunch and a man on the edge, each step gets closer to losing his head ♪♫


Ella  
Mi casa estaba a poco más de dos cuadras, Man on the edge había llegado a su fin pero quería oírla de nuevo así que lo hice y dejé el reproductor en repetir, miraba las calles sin interés mientras seguía la percusión con mis manos y pies, creía que nadie me veía, tampoco me importaba si alguien lo hacía, había locos peores, quizá no tan peligrosos, pero peores. En la última parada antes de la mía vi su figura sentada esperando un bus -Mi imaginación jugando malas pasadas- pensé y volteé mi cabeza sólo para cerciorarme de que mi cerebro me había engañado pero ahí estaba, con la misma ropa que llevaba en la sesión de hace un momento, un pañuelo calipso en su cuello, un gorro peludo que hacia juego mientras tapaba su liso cabello castaño oscuro y una parca blanca que la protegía del implacable frio de la zona, la vi alejarse mientras ella miraba su teléfono móvil, baje en mi parada y comencé a correr esperando llegar a tiempo, eran sólo un par de cuadras.


¿?
Corri como nunca antes habia corrido, mis pulmones pedian clemencia pero ya estaba llegando, podía verla subiendo el autobús, su foto aún reposaba en el parabrisas junto con sus iniciales “T.A.K.K.” No necesitaba otra confirmación, nada tenía sentido, era una coincidencia demasiado grande para un dios que no juega a los dados. No podía ser, era imposible, vivía a kilómetros de aquí y… Un zumbido comenzó dentro de mi oreja, similar al de la estática de un televisor mientras Bayley aun cantaba ahí dentro, mareado me arrodillé mientras el bus se puso en marcha, recordé su número de recorrido 33B, el paradero olía a ella y yo estaba ahí, arrodillado preguntándome si me veía desde aquellos ventanales polarizados. –Cause nothing is fair just you look around… Falling down, Falling down, Falling dooooooown♪♫- y exhausto me desplomé mirando al cielo, inacapaz de comprender lo que estba pasando.